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Número 3 - Año 2011 - ISSN 1852 - 4699
 
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Imagen final
(Andrés Habegger, 2008)


“Santiago de chile, 29 de junio de 1973. Efectivos militares toman las calles en el primer intento de golpe de estado contra el presidente Salvador Allende. El camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, registra los hechos para la televisión sueca. Sus imágenes son difundidas por el noticiero Chilefilms, y rápidamente recorren el mundo.” Este es el texto que, sobre fondo negro, abre Imagen Final, el documental de Andrés Habegger. Inmediatamente después veremos la foto del camarógrafo en un diario de la época y una nueva placa que nos informa “En Agustinas cayó el camarógrafo Leonardo Henrichsen. Lo asesinaron porque filmó esto”. Habegger nos hace ver entonces la última secuencia que filmó Henrichsen, es una imagen conocida, reproducida en filmes emblemas de la época. Una imagen tan fuerte que, además de haberle costado la vida a quién la filmó, paradójicamente hizo que su autor fuera olvidado.
La secuencia abre la segunda parte de La Batalla de Chile (1975-9) de Patricio Guzmán, y en ese filme se dice de ella “A las nueve y diez de la mañana un solo regimiento ataca el palacio de gobierno con seis tanques y algunos vehículos de transporte. Un poco más tarde un corresponsal argentino filma su propia muerte, también registra, dos meses antes del golpe final, la verdadera cara de un sector del ejército chileno.” El corresponsal argentino, ya aquí, no tiene nombre. La secuencia también forma parte de El tigre saltó y mató, pero morirá... morirá... (1973) de Santiago Álvarez, filme que se presenta como un “Relato en cuatro canciones como homenaje a las víctimas del sadismo fascista que las fuerzas armadas y la CIA vienen perpetrando en Chile desde el 11 de septiembre de 1973”. Aquí aparece otra paradoja que pareciera actuar como motor de Imagen Final. A Henrichsen lo mataron en julio de 1973, la investigación judicial fue cerrada el 20 de septiembre del mismo año y su caso prescribió, ya que toda la legislación chilena referente a los crímenes cometidos por los militares tiene como fecha de referencia el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, todo lo que sucedió hacía atrás se considera violencia política y por lo tanto prescripto. Esta paradoja, la de la existencia de una evidencia tangible, la del rostro del asesino filmado y sin embargo sin nombre y sin condena impulsará a Habegger a seguir la investigación que finalmente dará con el nombre de los verdugos y permitirá a la familia tratar de que se reabra la causa.
Recuperar al sujeto detrás de la cámara. Exhibir una vez más esa imagen y luego girar el eje ciento ochenta grados para mostrar el fuera de cuadro imposible. Ir al pasado e intentar reconstruir, develar, a la persona y el profesional que estaba filmando. Recurrir para esto a los testimonios de la hermana, Leticia Henrichsen, de los compañeros de trabajo en Sucesos Argentinos, de Jan Sandsquit, periodista sueco amigo y compañero de Leonardo, de Gunilla Mollin, la periodista que estaba con él en el momento en que lo mataron. Recorrer los espacios donde solía jugar de chico, sorprendentemente la Plaza República de Chile. Mostrar parte de su trabajo para el noticiero de Sucesos. Por otra parte, contextualizar, mostrar lo que fue el presente de esa toma, el hecho histórico del “tanquetazo” y la realidad latinoamericana de la época. Hacer esto utilizando el material de archivo de las más de doscientas notas que filmó Henrichsen para la televisión sueca que incluyen la cobertura de dieciséis golpes de estado en América Latina. También investigar, apelar al saber de Ernesto Carmona, un periodista chileno que estudió los asesinatos de trabajadores de la prensa durante la dictadura militar y delegar en él la función detectivesca de ponerle un nombre al asesino de Henrichsen, seguirlo en la búsqueda para encontrar a ese Héctor Hernán Bustamante Gómez que se esconde tras las rejas de su casa y niega y hace negar su identidad. Escuchar los testimonios de los conscriptos que estaban en la camioneta desde donde le dispararon, y escuchar también cómo se resisten a hablar del tema. Y al final, tratar de que exista alguna clase de justicia, filmar la “funa” (el escrache para los chilenos), método que han encontrado nuestros torturados países para condenar aquello que la justicia ha decidido olvidar. Todo esto, es lo que hace el film de Habegger.
En el documental conviven dos formas de hacer avanzar la narración, por un lado, para la reconstrucción de la vida de Henrichsen y la historia de cómo fue posible recuperar su filmación, Habegger recurre a un tratamiento de los testimonios similar al que realizara en (h) historias cotidianas (2001) que consiste en un total borramiento de la figura del entrevistador, la preferencia por filmar a los entrevistados en movimiento eligiendo más la escena larga para cuando narran sus historias que la coherencia argumentativa lograda por corte de montaje. Luego, construir escenas de confrontación de los protagonistas con documentos, espacios, personas, objetos, filmaciones que le permiten a la cámara registrar algo que está sucediendo en ese instante presente.
Por otro lado, para la investigación sobre quién fue el asesino de Leonardo Henrichsen, Habegger, como se ha dicho, delega la narración en el personaje de Ernesto Carmona, gran protagonista del filme, que con su sombrero y su saco será una especie de detective, que nos hará seguirlo en su periplo entre carpetas de expedientes, juzgados y largas esperas frente a la casa de Bustamente. Su insistente golpear la reja de la casa del militar, llamándolo por su nombre, queda en la memoria como un gesto imborrable del coraje de quien se llama a sí mismo un humilde servidor.
La temporalidad que maneja el documental es compleja. Pasado, presente y futuro no son pensados como instancias separadas. El pasado está profundamente enlazado con el presente y es desde las huellas, los rastros, las marcas que ha dejado en los objetos y en las personas que puede, no sólo reconstruirse como pasado, sino también explicar el presente, contribuir a entender las heridas que ha dejado y convertirse en una potencia que movilice acciones en el futuro. Habegger marca esta postura fundiendo imágenes de archivo, algunas filmadas por el mismo Henrichsen con imágenes del mismo lugar tomadas en la actualidad, poniendo al camarógrafo que vio donde escondían la cámara de Henrichsen a contar su anécdota en el mismo lugar en donde estaba en el momento que sucedían los hechos, mezclando esas imágenes que había tomado con las del presente, filmando a los compañeros de trabajo de Sucesos argentinos en una escena donde ponen sobre la mesa los objetos que eran de Leonardo, el chaleco que llevaba puesto, el equipo de sonido, lavados o gastados por el paso del tiempo, narrando la posibilidad de que si esos objetos dejan de poder relacionarse con la persona a la que pertenecieron, su valor en tanto índices, huellas o documentos, su valor como disparadores de historia, se desvanecería en el aire.
En algunos momentos, sobre todo en aquellos donde la música especialmente compuesta para el documental está muy presente, el filme subraya -tal vez demasiado- lo triste del hecho; la melancolía pareciera teñir las escenas y volverse un gesto impotente.
En el final, se agradece el silencio del filme, la fijeza de la cámara sobre la corona de flores en la esquina de las calles Agustinas y Morandes a 34 años del asesinato de Leonardo Henrichsen. De alguna manera esa imagen marca un jalón en la memoria de los espectadores y nos devuelve el lugar de la acción a los que miramos.

 

Andrea Magnasco


Ficha técnica:
Dirección y guión: Andrés Habegger. Producción ejecutiva: Maxi Dubois. Co productor ejecutivo: Fredrik Gertten. Fotografía y Cámara: Göran Gesten. Edición: Jesper Osmund. Música original; Pedro Onetto. Investigación: Pablo Wainschenker, Andrés Habegger. Duración: 96 minutos. Origen: Argentina, Chile, Dinamarca, Suecia


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