El documental de Botero nos habla de algunas constantes del cine de no ficción contemporáneo: de la imagen documental como estado de inocencia y medio privilegiado para restituir la memoria –familiar, pública, personal–, de la definitiva recuperación del montaje como procedimiento rector del discurso documental, de la vigencia de las tendencias documentales de metraje encontrado, de las narrativas en primera persona y quizás, ante todo, de la persistente fascinación generada por el fusión de dos elementos: la mirada hacia lo doméstico y su registro fílmico. Y cuando digo fílmico, no digo audiovisual, sino que intento referirme a los soportes en los que tradicionalmente los cineastas aficionados capturaron la huella de lo cotidiano: 8 mm, super 8 mm, 16 mm. El planteo podrá resultar impresionista, pero existe una química “a priori” en el encuentro entre lo doméstico y el registro fílmico, un intercambio de esencias, de fugacidades y vivencias, de emulsiones y recuerdos, que difícilmente los sistemas videográficos (analógicos o digitales) puedan igualar. ¿Será una percepción inundada de nostalgia? Posiblemente. Algo de ese orden se respira en las imágenes de 16 memorias, nostalgia por un tiempo de la infancia en el que crecer se asociaba a descubrir, nostalgia, por qué no, por un tiempo que tal vez dentro de algunas décadas será considerado la infancia del cine o si se quiere –con menos mística y más ciencia–, del discurso audiovisual. Hipótesis personal: quizás la fascinación que ejercen las imágenes fílmicas de lo cotidiano se relacione con el  indefectible carácter de pérdida que significa el paso de un minuto y la impresión de un fotograma, en la vida y en el cinematógrafo.

16 memorias es un nítido exponente de lo antedicho aunque se encuentra atravesada por un conjunto de operaciones autorales a partir de las cuales se construye su singularidad. Camilo José Botero montó, sonorizó, dramatizó y, si se me perdona el término, poetizó, treinta y tres horas de grabaciones familiares del fotógrafo e ingeniero colombiano Mario Posada Ochoa. Cincuenta y pico de minutos desplegados en dieciséis actos de memoria (capas de pasado) son los que necesitó el director para narrar cronológicamente las transformaciones de una familia acomodada de Medellín entre 1945 y 1971. Dieciséis memorias en 16 milímetros, ahora digitalizados y reorganizados a partir del relato –ficcionalizado / imaginado– a través de intertítulos, del supuesto hijo mayor de la familia Posada. Las estrategias de apropiación y narrativización del documental están centradas en ese texto en primera persona (algo redundante y edulcorado en ciertos pasajes) que apuntala a las imágenes y en una sonorización digital que intenta restituir –sin ocultar su artificialidad– una escucha diegética imposible para la vieja cámara Bolex de 16 mm.

Si bien el relato es un recorrido posible por la tan burguesa vida íntima de la familia Posada –por su incansable desfile de hijos, viajes y globos– en las imágenes documentales se cuela el detalle, lo pequeño, los reflejos de un sector social en vías de desarrollo que permiten pensar y recomponer los lazos existentes entre ciertos usos y costumbres de la vida privada y el devenir de sucesos que dan cuenta de cambios acaecidos en la cultura y la historia colombiana del período.

 

Por Pablo Piedras

Ficha técnica:

*Dirección: Camilo José Botero. *Guión: Carola Ann Figueroa. *Fotografía: Mario Posada Ochoa. *Montaje: Camilo Botero Jaramillo. *Producción: Camilo Botero Jaramillo, Carol Anne Figueroa. *Origen: Colombia. *Duración: 53 minutos.

 

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